jueves, 7 de abril de 2016

Hablemos de Erotismo

Buenos Aires, más precisamente Capital Federal es una  ciudad en la que siento mis tripas a flor de piel, hace unos días, con Mr. B. manteníamos de esas charlas que nunca sabemos hacia donde van, pero que son ampliamente enriquecedoras, más allá de la magia del momento, del poder ser uno mismo sin temor alguno al rechazo, sin pensar en lo que se va a decir sino que es dejarse llevar por los sentimientos hechos palabras. Momentos únicos, en los que surge de todito. Imaginen mis ideas sobre la vida emitidas al aire y con el agravante de no padecer restricción alguna. Les aseguro que es terrible ver los gestos del mío amado, y de vez en cuando emite “aahh gordita me das miedo” mientras abre sus ojos como el dos de oro, nos abrazamos y reímos mucho, a veces le aseguro que lo dicho es para robarle una risa y su cálido abrazo, este recurso lo uso cuando lo que dije no debería haber sido tan realmente explícito. Después de todo es mi marido no mi amigo.
Bueno en una de esas charlas que hablábamos de bueyes perdidos en mis andanzas por Bs.As., aclaro no todos los bueyes perdidos, porque mi abuela Teresita me enseño que toda mujer que se precie de tal, debe tener secretos. Viejita sabía, caso debo hacerle.
Le comentaba a Mr.B de un día que caminé mucho, sola, por la linda Capital, que solo me detenía en algún que otro café “antiguo” que me llamara la atención, observaba absolutamente todo del lugar mientras saboreaba un pequeño café y luego seguía mi camino hacia ningún lugar, hacia mi interior, entonces allí se hizo luz al expresar que en Bs.As. me siento plena, libre, liviana, en Bs.As. no me duele nada! Nos quedamos en silencio y nos miramos sorprendidos, claro por eso adoro esa ciudad e insisto en estar allí, incluso en momento en los que me siento muy al límite y la billetera me lo permite me voy unos días para allá y regreso renovada. El secreto está en que en Bs.As. no me duele absolutamente nada, ni tobillo artrítico, ni cabeza, a no ser que alguna comida me caiga mal o bien la noche anterior me pase en el vino tinto. No tengo dolor, soy yo. Qué gran descubrimiento. Lástima que no podamos ir a vivir  allá, aunque mas no sea en nuestros años jóvenes, de viejos no tendría sentido…
Pensaba, será que al no sentir dolor, al recorrer tanto, al sentirme tan plena disfruto aun más la vida vivida allá. De cada ida a esta ciudad traigo lindas experiencias, momentos únicos e imborrables, muchos de ellos graciosos, pero algo que me atrapa de aquel Bs.As. es su pasión, erotismo, esa forma mágica de atrapar, enamorar a quienes recorremos sus amplias avenidas y pequeñas callecitas empedradas.
En una de mis estadías quedamos con un colega de conocernos personalmente ya que llevábamos años comunicándonos telefónicamente por temas laborales, conversaciones que al ser casi diarias nos llevaron a hablar sobre nuestras vidas, matrimonios, él en más de una oportunidad mientras esperaba respuesta a situaciones planteadas, para que no se hiciera aburrida la espera, me cantaba al teléfono, les aseguro que era muy gracioso, incluso una vez luego de haberle comentado sobre una reunión que mantuve con un colombiano y mi apreciación sobre tal situación, recibo un mensaje de audio en el cual cantaba la canción de la sirenita, me la dedicaba diciéndome que ahora solo quería ser sirenita y nadar por las aguas de San Andrés.
En realidad logramos llevar muy bien ese contrato, él como responsable de la contratista y yo de parte de la empresa que brindaba el servicio, ambas empresas se vieron favorecidas de esta buena comunicación.
Pues bien aprovechando uno de mis viajes y la hora disponible con la que él contaba, nos daba el tiempo para merendar y conocernos personalmente. Cuando él me llama para ver si es posible encontrarnos ese día, yo estaba mirando libros en el Ateneo, lugar mágico si los hay, luego de eso pensaba ira a tomar algo con una amiga, así es que había salido arreglada, cosa de no volver al departamento.
Me encontraba perdida entre libros, mientras me intrigaba saber cómo él daría conmigo ya que no nos conocíamos personalmente, cómo sabría yo que él se trataba de la persona que me cantaba a través del teléfono mientras cerrábamos números de un contrato. Inmediatamente sentí mi corazón palpitar rápido, me sentí atrevida por aceptar aquel encuentro, el cual hasta ese momento solo lo sentí como algo meramente laboral, pero que pasaría si para él no era así. Mientras mutaba al sentimiento de ridiculez  por pensar todo lo anterior, esboce una sonrisa, la cual me hizo sentir más ridícula aún ya que levante mi mirada del libro y la dirigí instintivamente hacia un hombre delgado, muy alto, ojos claros, boca amplia la cual dejó salir mi nombre. Yo parada frente a él, vestido negro al cuerpo, corto, botas bucaneras sobre las rodillas, un largo kimono animal print, cabellera de amplios rulos desordenados, libros en mis manos y una estúpida sonrisa dibujada en mis labios.
Así supimos que yo era la chica de la voz en el teléfono quien cuando se encontraba atestada de trabajo deseaba ser la Sirenita, y él el hombre que alegremente me hacia el aguante cantando bajito cuando había moros en la costa – compañeros a su alrededor -.
Me guió hacia el bar del ateneo, nos sentamos en una de las únicas mesas que quedaban disponibles, miró los libros que había elegido, mientras esperamos dos café y un brownie, desconozco si se trata de la magia del lugar o el lugar se impregna de la magia de cada uno de sus visitantes. Lo que aseguro es  que hubo magia, linda magia, para nada atrevida, un encuentro de amigos, abundaron las miradas, aromas, sonrisas de las picaras, vi nuestros gestos volar por el aire y encontrarse en algún recoveco a escondidas y jugar por nosotros. Mientras una de mis sonrisas de lado se escondía en el sector de novelas escritores latinoamericanos, una atrevida mirada de él dirigida a mis piernas corría detrás de mi sonrisa y la llevaba a literatura erótica.
Mientras nuestra charla pasaba por mi viaje seguía por el trabajo, estudios y tiempos libres disponibles para nuestros gustos, podía sentir su respiración, sus ojos ir y venir por mi atuendo, mientras decía, si, sos vos así te imaginé, lindas tus piernas eh!  Y allí pasaba mí picara sonrisa, ya no tan picara, enredada a su atrevida mirada. Ellos nuestros gestos jugaron al placer de la seducción mientras nosotros solo nos atrevimos a compartir un brownie.
Ese encuentro tenia hora de vencimiento, solo contábamos con una hora, luego mi picara sonrisa se apagaría y su atrevida mirada se perdería entre números y vaya a saber que cálculos.
Olvidé los libros sobre la mesa del bar, Salí del lugar guiada por su cálida mano aferrada a lo que se supone es mi cintura. Caminamos lentamente, como queriendo que no se nos vaya el tiempo, o más que el tiempo el momento vivido, durante lo que duró el recorrido y dentro de lo posible, nos miramos, sonriendo mientras hablamos lo grato de conocernos e instintivamente nuestros cuerpos se acercaban, podía sentir su brazo rodearme, el calor de su cuerpo, el perfume “one millón” el cual no dejaba ocultar su exquisito olor a piel, su respiración profunda,  voz pausada y resignada a dejar ir el momento.
Llegamos al umbral jugamos a no dejarnos ir, cosa que nos causo risa, nos paramos fuera del ingreso justo en la puerta, uno frente al otro y nos miramos en silencio, profundo, nuestras miradas pedían más que un café y brownie, nuestra respiración estaba cargada de embrujo, él dijo “y bueno, nos tenemos que despedir” nos acercamos lentamente, como en cámara lenta, cerré mis ojos, sentí su excitante aliento, inspire profundo y besamos nuestras mejillas.  
La voz del seguridad del lugar se escuchaba de fondo, cuando reaccionamos, éste nos pedía que nos moviéramos de la entrada, varias personas esperaban tanto por salir como por entrar, nos hicimos a un lado mientras un chico toco el brazo de mi cita y le dijo “na, pensé que le comías la boca de un beso”. Bajamos nuestra mirada, nos reímos mientras hicimos un gesto de más no debemos. Y nos dejamos ir, cuando miré hacia atrás el también lo hizo y me arrojo un beso, el cual guardo en la cajita de los mejores recuerdos.
De los momentos eróticos de mi vida este fué por lejos el mejor.


Mari Ara

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